No queremos frivolizar sobre aquéllas cosas que siquiera tangencialmente afectan a la lacra de la violencia machista. Absténganse de ironía y chascarrillos los que quieran aprovecharse de este artículo para cualquier fin distinto a la opinión y a provocar una reflexión sobre lo que puedan ser curiosidades que jamás podrían justificar la desigualdad en la que aun tan inexplicable y anacronicamente se ve inmersa la mujer. No obstante, aunque se ha escrito mucho sobre el uso del lenguaje sexista (mucho y bien) todo sigue igual. Sigue habiendo miembras, y eso no creo que sea un favor en la lucha por la igualdad.
Me resulta curioso cómo, teniendo una Real Academia de la Lengua que es una envidia para el resto del mundo, de nada valgan sus continuas advertencias y nos siga importando más el subrayado rojo de las palabras del Word o cómo habla el político de turno.
Un hombre puede ser electricista, periodista o atleta, pero una mujer no puede ser, por ejemplo, informático, máxime cuando su femenino es precisamente la ciencia que le da nombre. Pero puede ser peor: hay femeninos que se apartan para crear otra palabra diferente. Por ejemplo, poeta, masculino. Si es ella puede decirse también poetisa. ¿No hay poetiso?
¿No es eso ridículo? Tan ridículo como el caso de la matrona, que cuando los hombres han empezado a ejercer la profesión se crea el trabajo de matrón. Un engendro inexplicable porque el hecho de acabar en “a” no quiere decir que solo lo sean las mujeres pues la profesión no tiene sexo. Además, el nombre de la profesión viene del latín matrona, madre de familia o mujer casada, porque ellas sabían auxiliar durante el parto mejor que nadie. Pues si un hombre lo hace actuará también como matrona ¿no?
Y no hablemos de las profesiones del mundo del derecho. De juristas y juristos, vaya. La palabra “abogado” proviene de un único sustantivo latino destinado a una profesión ejercida con mucho acierto por mujeres. Hasta que llegó Caya Afrania, el terror de los jueces de Roma, por cuya vehemencia prohibieron ejercer a todas ellas. En realidad, si decimos “Afrania, abogado insigne” el problema sería que quien no la conozca no sabrá si era hombre o mujer. Y digo entonces ¿no es eso la igualdad, que nos de igual?
Lo de juez y jueza es para nota. ¿Por qué juez es sólo masculino y no identifica ambos géneros? Acaba en zeta, no es juezo, por Dios. La razón es que cuando aparece el iudex romano todos tenían que ser hombres al ser una profesión que sólo los varones podían ejercer. Odioso machismo, claro, pero me parece machista que la definición de jueza que nos da la RAE también hable de “la mujer del juez”. Pero “juez”, sin embargo, no es acepción del “marido de la jueza”.
Yo entiendo que hay que buscar fórmulas que nos hagan a todos iguales, que nuestro idioma tiene especialidades y que todo puede tener encaje, como pasa con los animales, pero no con los racionales, que somos los que la estamos liando. Vemos un documental y decimos “una pantera”. ¿Y si es macho? No, no, no es pantero, se dice pantera macho. Y punto. Ni siquiera “el pantera”. Ojo, que si hablamos del leopardo la cosa cambia porque acaba en “o” y si es hembra, hablamos de una leoparda.
En el fondo, el género debería darlo el artículo (como la lengua inglesa) determinado o indeterminado y por eso daría igual que acabe en “a” o en “o”. Salvo cacofonías que nuestra lengua evita y nadie juzga sobre el sexo que resulta, como por ejemplo, con las águilas. Se dice el águila y las águilas. No demos pistas, porque a los políticos y políticas se les puede ocurrir que si el animal va solo es macho y si va en pandilla son todas hembras…