Me he considerado siempre un crítico acérrimo de la violencia de género, del machismo, pero no ha sido suficiente. Esto va a más, o yo lo percibo así porque necesariamente debería ir a menos y no lo parece. El final de año y los comienzos de este nuevo me demuestran que no hacemos lo suficiente. Debemos implicarnos como culpables de esta situación.
Andaba hace poco con disquisiciones sobre el lenguaje con una amiga y preparando una conferencia no pasó inadvertida la sutil diferencia entre “hombre público” y “mujer pública”. Es verdad, no es cosa de sustantivos y adjetivos.
Y leyendo más supe que la economía se recupera de la crisis fortaleciendo el empleo masculino frente al femenino, que acaba aún con más precariedad y por eso la desigualdad es aún mayor que antes de comenzar la recesión económica. Piensen en los estándares de empleo, políticas sociales y sindicatos: ¿cuántas huelgas de fuerza, con enfrentamientos con la policía y neumáticos ardiendo, se realizan para la igualdad laboral? Si piensan en un paro reivindicativo y coactivo propagado con la complicidad de los medios de comunicación ¿no se les vienen a la cabeza imágenes de unos astilleros o de la minería? O sea, trabajos masculinizados.
El empleo masculino y el femenino solo se han acercado cuando la crisis ha sido más cruel pero no por medidas políticas sino porque tan grave fue la destrucción que el empleo masculino quedó bajo mínimos y eso hizo que se igualaran más que nunca en la historia.
No es una cuestión sólo histórica. Reconozcamos que estamos clamando por nuestros derechos de paternidad y custodias compartidas pero que no tenemos una implicación igualitaria en el cuidado y responsabilidades de los hijos ni en las tareas domésticas. Claro que hay excepciones pero hablo en términos genéricos o de mayoría. Y ese es el problema. Quien agrede a una mujer no es “otro” hombre. Aunque no seamos nosotros, es un hombre.
Admitimos la igualdad para poder seguir siendo dominantes. No nos importa que haya juezas o magistradas para alardear de igualdad pero…miren la fotografía del órgano que rige los destinos de la justicia en España. Igualdad, equilibro, equidad, ¿verdad? Tú eres jurista pero yo decido.
Solucionamos los problemas con leyes pero la igualdad propugnada hasta ahora no ha dado resultado y han sido como patadas compulsivas presumiendo conocer lo que siente una mujer. Se ha preferido nombrarlas directoras de centros de interpretación de leyes creadas por hombres. ¡No, hombre (y nunca mejor dicho) no! Que ellas sean las juristas creadoras de las leyes como ingenieras que tienen que restaurar el puente y nosotros los albañiles para saber cómo lo destruimos.
Alda Facio, eminente feminista, reconocía que no todas las mujeres podían aportar lo mismo en la lucha por la igualdad porque no todas habían sufrido esa opresión y quien nunca ha sufrido discriminación no puede saber cómo actuar. Quien no ha sido víctima de racismo, decía, no entiende el porqué de esa lucha de razas. ¿Se entiende? Pues por eso un hombre que no conoce (o a lo sumo imagina) la desigualdad de géneros no puede eliminar una discriminación que no ve.
Y acababa diciendo Alda:
“argumentar que la igualdad no es necesaria entre mujeres y hombres es no ver que es precisamente la falta de igualdad entre hombres y mujeres la que mata a millones de mujeres al año: porque las mujeres no tenemos igual poder dentro de nuestras parejas, miles somos asesinadas por nuestros compañeros; porque las mujeres no somos igualmente valoradas por nuestros padres, miles somos asesinadas al nacer; porque las mujeres no tenemos el mismo poder que los hombres dentro de las estructuras políticas, médicas, y religiosas, morimos de desnutrición, en abortos clandestinos o prácticas culturales como la mutilación genital y las cirugías estéticas y obstétricas innecesarias. La desigualdad entre hombres y mujeres mata. La desigualdad viola el derecho básico a la vida y por ende, el derecho a la igualdad brota de la necesidad que sentimos todas las personas de mantenernos con vida.”.
Me impacta este planteamiento cada vez que lo leo. He sido incapaz de acortarlo.
Acabo como empecé, con esa guerra lingüística que no veía torpemente y que ciertamente encierra la esencia del machismo. Un ejemplo para acabar: desde la Revolución Francesa se han denominado “los derechos del hombre” y ningún hombre cae en lo que implícitamente puede suponer esta alusión sólo a nosotros, al género masculino. Y tildamos de feminista la expresión “los derechos de la mujer”. Es como decir que no hacen falta otros, que la mujer no los necesita, que el hombre ya cuida de los derechos de ella.
No. La mujer necesita sus derechos. Los suyos. Idénticos, pero suyos.
Por eso pido a los Reyes Magos un mundo sin discriminación, sin violencia, y en el que todos se sientan iguales, sin patriarcado y con el pleno acceso de la mujer a las cuotas de poder reservadas a los hombres en las instituciones importantes del Estado, en los medios de comunicación, en el arte, en la cultura, porque es lamentable que cocinar sea un trabajo doméstico destinado a la mujer pero cuando se trata de destacar y considerarlo arte solo hay hombres con la categoría de grandes chefs.
Vendo mi parte de poder, mis derechos sobre el género femenino. A precio de saldo. Solo por el perdón de no haberme dado cuenta antes.