Enseñanza obligatoria en España
Abordamos la no escolarización. Este artículo lo pensamos para cuando los padres asumen la enseñanza. Cuando deciden no escolarizar a su hijos. Hace años supimos que la Policía Local de Plasencia detectó 115 casos de menores que no iban a clase. Convenció a las familias para que aceptaran su incorporación a la enseñanza reglada. A pesar de ello, 22 niños siguieron sin ir a clase y sus padres acabaron siendo denunciados. Hubo condenas de prisión en algún caso.
¿Qué amparo legal tiene esta condena?
Hasta los seis años no hay obligación de escolarizar y los padres pueden elegir una guardería o cualquier otra solución. Ellos deciden dónde debe ser cuidado o iniciado su hijo en los estudios por quien deseen. Desde los seis a los dieciséis años sí existe obligación legal de escolarizarlos. A los 16 años, sin acabar la Educación Obligatoria Secundaria un menor puede abandonar los estudios por repetir reiteradamente. Eso significa que no vale para estudiar, pero se le obliga a estar hasta esa edad. Puede parecer ridículo si se sabe desde pequeño que no es apto para cursar estudios. ¿O sí?
El ejemplo de Plasencia se dio en la comunidad gitana y los padres fueron condenados por un delito de abandono de menores previsto en el artículo 226 del CP. El motivo: dejaron de cumplir los deberes legales de asistencia inherentes a la patria potestad. Por ello el Juez impuso, motivadamente, la inhabilitación para el ejercicio del derecho de patria potestad o tutela de cuatro a diez años.
¿por qué hay costumbres de un sector de la población que se anteponen a las normas del resto de los mortales de este país?
Los jueces fueron implacables en la aplicación del derecho y no hablaban solamente de la obligación de los padres. También del derecho de los menores a recibir una educación reglada, anteponiéndolo a cualquier otra consideración de tipo étnico o cultural. Suena razonable pero entonces ¿por qué otras costumbres (y no escolarizar a sus hijos puede ser una costumbre gitana) se anteponen a las normas del resto de los mortales que habitan este país? Ni se judicializan usos o costumbres de otras culturas que chocan frontalmente con normas de seguridad, o de educación. No digamos contra las leyes que indiscutiblemente exigen la igualdad de género. En éstas, las cuestiones de tipo étnico se anteponen. Así ocurre con la cultura árabe, la doctrina del Islam.
A lo que íbamos, a Plasencia. La juez avisó que el absentismo continuado «dejaba al niño en peor posición respecto al resto de sus compañeros y de la sociedad» de cara a sus oportunidades de futuro. Creencia ciega en nuestra calidad de enseñanza. Ni siquiera se le puede discutir que haya una educación particular y familiar que la supere
¿Es justa esta obligación? ¿Existe en otros países?
Pues no, y curiosamente no se obliga en los que tienen acreditada fama y resultados más satisfactorios en sus sistemas educativos. En Finlandia o Dinamarca, la escolarización no es obligatoria. Consideran que la verdadera obligación de los padres es educar a los menores. Por eso se arbitran fórmulas alternativas a la escolarización, como enseñar a los menores en casa. O sea, que quien puede presumir de enseñanza permite atajos. Lo que se ahorran en profesores lo gastan en inspectores para comprobar que los niños estudian y aprenden a través de ese medio alternativo que los padres han elegido.
Igual hacen en Francia, Reino Unido, Australia y EEUU. No hablamos de países de dudosa reputación cultural. Se considera normal, por ejemplo, que si el padre es profesor y tiene una invalidez que le obliga a estar en casa, pueda ser el maestro de sus hijos.
Aquí no. En España tenemos los mejores profesores y no hay alternativa. En lugar de mirarnos el ombligo ¿por qué no sacamos conclusiones viendo el lugar que ocupamos en la enseñanza mundial? ¿Por qué no comparamos nuestras universidades dentro del contexto internacional? ¿No es mejor hacer de nuestros maestros los mejores enseñantes? Luego, si quieren, obliguemos a ser sus alumnos, en lugar de hacerlo al revés
Todo ello con el máximo respeto y el perdón anticipado, como profesor universitario que soy. Y de una Universidad de la que estoy orgulloso, claro.