A menudo se nos compara con Portugal. Formamos una península pero parecemos, como gráficamente se dice, dos gemelos unidos por las espaldas. Sin mirarnos, sin importarnos lo que hace el otro o, mejor incluso, molestándonos por ello. Es muy descriptivo, pero la historia se encarga de decirnos que tenemos más lazos que los geográficos.
Podemos hablar de Monarcas, y relacionar las bodas prometidas, acordadas y celebradas entre España (o Castilla) y Portugal para unificar el territorio y, por supuesto, los reinados de ambos países.
Podemos hablar de conquistas y guerras, relatando incluso que para no agredirse ambos miraron hacia el mar ampliando sus reinos.
Podemos hablar de acuerdos diplomáticos, destacando los Tratados firmados (como el de Alcaçovas) para evitar futuras guerras.
Podemos hablar de Jefes de Gobierno, y no es casualidad que siguiendo la historia tuviéramos dictadura durante 36 años con Franco y que Portugal tuviera su Salazar durante igual periodo.
Pero hoy es un día que marca las diferencias sobradamente. Los lusos presumen de acabar su dictadura sin una sola gota de sangre. Nuestra guerra civil tiene su contrapartida portuguesa en la Revolución de los Claveles (Revolução dos Cravos) que aconteció un día como hoy hace 44 años.
Todo comenzó con la música, que se convirtió en la aliada para derrocar al dictador Salazar. A la media hora de nacer el 25 de abril de 1974 pudo escucharse la canción revolucionaria Grandola, Vila morena, prohibida por el régimen y que era la segunda señal del Movimiento de la Fuerzas Armadas para ocupar puestos estratégicos. Las fuerzas militares del gobierno comprobaron su escasa autoridad: ni siquiera se cumplían sus órdenes de detención a los rebeldes. Los militares estaban con el pueblo.
Esa mañana, una multitud salió a la calle con claveles, la flor de la temporada, pero el hecho significativo y que hizo historia lo protagonizó una camarera a la que un soldado pidió un cigarrillo desde un tanque. Ella, que no fumaba, se apresuró a regalarle un manojo de claveles de los que llevaba a casa tras haberlos retirado de una celebración suspendida en su trabajo. El soldado, como signo de que nunca dispararían contra sus vecinos, puso el manojo en el cañón del tanque. Los soldados pidieron a Celeste Caeiro (así se llamaba la camarera) que les diera más claveles y, uno a uno, fueron introduciéndolos en sus fusiles. Este hecho se extendió por toda la ciudad demostrando los militares que no saldría una sola bala de sus armas.
Así surgió la Revolución de los Claveles y por ello presumen los portugueses de su manera conciliadora de acabar con las dictaduras aunque, desgraciadamente, algunos agentes de la policía política (la PIDE) dispararon contra los manifestantes causando cuatro muertos, hecho ocurrido incluso horas después de la rendición del gobierno, que partió a Brasil exiliado.